El cadáver sobre la camilla de acero en el salón principal conservaba las uñas largas, la piel estaba pegada a las costillas y se hundía en cada una de las cavidades. El color que le recorría el cuerpo viraba entre un blanco casi transparente y un morado que parecía degradé. Una abertura le recorría el tórax, al que estaban adheridas una infinidad de gasas médicas.
El lugar es el anfiteatro de la Universidad Nacional, uno de los centros donde se realizan prácticas médicas con los cuerpos disecados de quienes en vida decidieron dejarlos en manos de la ciencia.
El cuarto, construido en los años 40, cuenta con una sofisticada ventilación desde hace 12 años, preparada para la extracción del vapor que suele destilar el formaldehído (formol). En el suelo se distribuyen las piscinas de concreto y acero inoxidable que contienen el líquido para la preservación.
Es blanco de arriba abajo y sobre los estantes descansan frascos pequeños, medianos, grandes, con tapas desgastadas y un líquido en el que reposan los órganos y fetos que luego serán estudiados.
Fue el primer anfiteatro del país, montado especialmente para enseñar anatomía y su diseño se remonta a la Universidad de Padua (Italia), que construyó el primero en 1594. Desde entonces, todas las comunidades de medicina en el mundo tienen uno para prácticas estudiantiles.
Un viaje al pasado
Los anfiteatros no siempre han sido tan limpios como lo son en la actualidad. Y el material que guardan no es ni la mitad de lo que fue: hace más de 27 años, los cuerpos no identificados (N.N.) o los que no eran reclamados por familiares se despachaban desde Medicina Legal y llegaban a los depósitos de las Facultades de Medicina, pero hoy la realidad es otra.
“Eran cantidades. Con decir que ni en los campos de concentración, creo. Porque llegó un momento que era tal la cantidad de cadáveres que no había dónde guardarlos, no había cómo deshacerse de ellos”, explica el médico Carlos Florido, docente de Morfología de la Universidad Nacional.
La descripción suena escabrosa, pero en Colombia desde hace 10 años hay 17 mil restos plenamente identificados que no cuentan con registro de reclamo y unos 90 mil están reportados como desaparecidos, según el informe de Medicina Legal de 2018.
La soledad puede llegar a ser más fuerte que la propia muerte y quiero ahorrarle ese dolor a mi familia
Aunque la cifra ya es alta, puede aumentar con la identificación de víctimas tras los avances para poner fin al conflicto armado, la búsqueda en fosas comunes y la exploración en camposantos, de los que solo se ha analizado una cuarta parte.
Los cuerpos que antes eran llamados N.N. (por su denominación en latín nomen nescio), han pasado a ser considerados ‘no identificados’, para no borrar su historia, tal como lo explica Medicina Legal en su proyecto ‘Aquí yace el cuerpo de una persona que en vida tenía un nombre’.
Un negocio oscuro
Ese cambió surgió en la Constitución de 91, en la que se estableció que “todos los seres humanos, vivos y muertos, tenemos derechos”, explica Florido.
Antes de eso “había una montaña… Toneladas de restos humanos”, los cuales eran recogidos en un vehículo de la universidad, “una camioneta Ford o Chevrolet modelo cincuenta y pico”.
La ley buscó solucionar la cantidad de cadáveres que entraban y salían de esos fríos recintos pero también despertó, indirectamente, un negocio macabro.
El 29 de febrero de 1992, durante el Carnaval de Barranquilla, un habitante de calle que caminaba por las aceras de la ciudad fue golpeado y luego baleado por unos hombres, crimen que se había convertido en una práctica diaria hasta que algo salió mal. Ese día, Óscar Hernández, una de las víctimas, logró escapar y buscó a la Policía para contarle todo.
La Universidad Libre era la sede de un negocio oscuro e impensable: los habitantes de calle de la zona eran asesinados por los celadores de la institución para servir como material de estudio en el anfiteatro. Las autoridades hallaron un total de 10 cuerpos completos y órganos de por lo menos otros 40.
Entonces, en medio de ese negocio, todo cambió. Ahora, “lo ideal es que el mismo individuo, en vida, haga un testamento”, dice Florido. Esos son los restos con los que la universidad trabajaba y es una de las razones por la que los estudiantes de pregrado ya no pueden realizar disecciones, sino los profesores.
Ser donante
¿Desde dónde llegan los cadáveres? Ahora, vienen de donantes.
Es el caso de Eder García, quien quiere que su cuerpo repose en el anfiteatro de la Universidad Javeriana “para salvar la vida de otras personas”.
Ella llegó de casualidad a una página web en la que se explicaba cómo y por qué dejar sus restos a la ciencia, en un momento en el que la muerte atravesó su vida.
Su mejor amiga moría de un cáncer que se llevó no solo su salud sino la compañía de quienes más quería. La soledad puede llegar a ser más fuerte que la propia muerte y “quiero ahorrarle ese dolor a mi familia”, dice García.
El funeral, esperar quién asiste y quién no, los angustiosos procedimientos y un sinfín de cosas que van y vienen le parecen una excusa suficiente para dejar su cuerpo a la ciencia.
García envió un correo electrónico a la Facultad de Medicina de la universidad y esperó un formato que le pedía diligenciar su nombre y otros datos necesarios para firmar lo que se conoce como ‘consentimiento informado’.
Ahora, su cuerpo pertenecerá a la ciencia, podrá ser el lugar de experimento de la cura contra alguna enfermedad o simplemente el santuario del próximo médico que aprenda anatomía en ella.
Paso a paso para la donación
En Reino Unido, las Universidades de Oxford y Cambridge reciben aproximadamente 200 cuerpos donados al año; en la Universidad de Barcelona, España -el país con una de las mayores redes de biobancos del mundo, cerca de 39 instituciones- son 80, pero en Colombia ni siquiera hay cifras oficiales de este tipo de donación.
Otra posibilidad
Las universidades no son las únicas interesadas en que los donantes toquen sus puertas. Los bancos de tejidos y órganos con fines científicos –y no sólo terapéuticos– también se unen en una batalla por concientizar a un país con poca cultura de donación.
En Medellín se encuentra el único banco de cerebros del país y uno de los seis de América Latina.
El grupo de Neurociencias de Antioquía (GNA), que pertenece a la Universidad de Antiquia, ha recaudado 384 órganos desde hace 25 años, con los que adelanta estudios sobre el sistema nervioso central.
Para sus integrantes no hay requerimientos específicos, por lo que se reciben cerebros sanos o con enfermedades. En ambos casos un hemisferio es guardado en formol y el otro se almacenan en ultracongelación.
El objetivo es examinar diferentes enfermedades como Alzheimer, Parkinson o Huntington y proponer terapias preventivas.
Pero los cerebros no son lo único que se puede donar. En los biobancos hay espacio para todo tipo de material anatómico: desde los líquidos como plasma, suero, sangre, fluidos y sustancias de diferentes órganos, pasando por cordones umbilicales, células y tejido, hasta sólidos como córneas, corazones, huesos, que ayudan al estudio de virus, tumores, enfermedades degenerativas, raras o comunes e incluso al desarrollo de sus clones artificiales.
Los biobancos como estos no tienen un marco legal claro en el país y aunque la ley de donación fue creada desde 1979 (Ley 09), esta sólo aplica para entidades con uso terapéutico.
“Existe un vacío jurídico frente a los bancos de tejidos con fines de investigación en temas de capacidades técnicas y operativas”, explica Johana Gómez Ramírez, estudiante de maestría del neurobanco.
Sin embargo el neurobanco se rige por los estándares que existen en los bancos para fines terapéuticos, así como por las normas de bioseguridad que están presenten en otras entidades como esta alrededor del mundo. Estos procedimientos y los esfuerzos por sensibilizar a la población son los que han permitido la captación de los órganos.
Para la donación a esta entidad también hay una firma del consentimiento informado pero los familiares del donante deben estar informados y de acuerdo con el procedimiento.
Además el documento tiene que contar con la aprobación del Comité de Ética. Se puede conseguir más información del biobanco del GNA llamando a los teléfonos 2196424 y 2196444 (en Medellín) o contactándolos por redes sociales.
Los órganos tienen ciclos de vida largos y se pueden utilizar por mucho tiempo, pero los cuerpos, como aclara el médico Florido, que pueden durar hasta 10 años, se van desgastando con cada práctica. Luego de eso los restos son enterrados en bóvedas o lotes que las universidades pagan en diferentes cementerios del país.
Ese mismo vacío jurídico no permite que la Universidad Nacional reciba cuerpos desde hace un tiempo y que los que llegaron -5 en total- no hayan podido tocarse. Todos siguen intactos en las piscinas de ácido.
Con la Ley 1805 de 2016, firmada por el presidente Juan Manuel Santos, se adelantaron procedimientos para trasplante e inseminación, aunque se prohibió el uso de órganos, tejidos y fluidos de “niños no nacidos abortados”. Sin embargo, ante la escasez de estos para los grupos de investigación y los avances alcanzados cuando se usaban, la Corte Constitucional tumbó la medida.
Existe un vacío jurídico frente a los bancos de tejidos, especialmente en el contexto de la investigación
Investigaciones de otras entidades con estos ha beneficiado estudios en pacientes con alzheimer y huntington gracias a las células de origen fetal; el uso de membranas amnióticas, para oftalmología; e incluso, la prevención y el control de los síntomas durante el periodo activo del virus de Zika se dio gracias a los resultados obtenidos en los fetos. Estos también se pueden donar.
Hoy, cuando la donación a la ciencia en otros países consiste en procedimientos ‘in vivo’, en los que personas en vida entregan una parte de sus órganos, en Colombia aún falta camino por recorrer en la discusión sobre la donación post mortem.
Los cuerpos que reposan en las camillas, y que cada día son menos, van a acabarse; igual que los órganos, tejidos, fluidos y líquidos que la gente ni siquiera imagina que puede donar.
Al final, ni los investigadores avanzarán en sus proyectos, tan necesarios en tiempos crisis como los que atraviesa el mundo, ni los estudiantes podrán hacer sus prácticas o necesitarán implementos tecnológicos que los reemplacen. Pero como dice el mismo Florido, “el respeto y la empatía que tienen con esos cuerpos, nunca serán posibles con una máquina”.
Fuente: ElTiempo.com