El país con una de las mayores reservas probadas de petróleo del mundo se quedó sin gasolina y ahora tiene que importarla de Irán. ¿Por qué? Es un misterio que quizás solo puedan resolver a ciencia cierta los más de 20 años de gobiernos chavistas.
Y lo peor es que el remedio propuesto por el régimen de Nicolás Maduro, que arrancó el lunes pasado y que él llama “normalización”, no ha hecho más que empeorar las cosas. Es un esquema en el que se puede comprar combustibles en dos tarifas. Una, pagadera en bolívares, con límites en cuanto a los litros y aún con un altísimo subsidio, y otra, en dólares.
La gasolina en este país dejó así de ser más barata que una botella de agua, pero el problema ya no es ese, sino que a las pocas horas de empezar la distribución ya se había agotado entre el caos y las protestas de los conductores que aguantaban muchas horas de fila.
En el mercado negro ha vuelto a cotizarse el litro de gasolina a 1,5 dólares, un dólar por encima del valor que tiene el litro del combustible prémium en las bombas, y 50 centavos más de lo que costaría llenar un tanque completo con gasolina subsidiada.
En horas quedó demostrado que, como previeron expertos y dirigentes opositores, el régimen fracasó en su objetivo de frenar las “mafias”.
Llegar a este punto en un país como Venezuela, otrora productor y exportador de gasolina, es inaudito. Pero expertos y dirigentes opositores insisten en responsabilizar al chavismo. “La industria petrolera la destruyeron, fue saqueada. A PDVSA (Petróleos de Venezuela) la convirtieron en una empresa maula, de delincuencia organizada”, le dijo a EL TIEMPO Iván Freites, dirigente sindical de PDVSA.
Freites da cuenta de los daños: cuatro refinerías que no están produciendo un solo litro de gasolina, destiladoras funcionando de manera intermitente; dos plantas de coque paradas, de tres que hay, y la tercera funcionando a baja carga; plantas catalíticas y de alquilación también detenidas, y todo aunado a un déficit de personal que ronda el 98 por ciento.
“Prefirieron hacerles daño a las refinerías e importar que producir acá. La destrucción de la industria petrolera nacional es adrede, un plan preestablecido, que tiene como centro de dirección el régimen cubano”, dijo Freites.
Nada más para reparar el Centro Refinador Paraguaná (CRP) –que concentra 71 por ciento de la refinación nacional–, según sus cifras, se requieren por lo menos 1.500 millones de dólares, y se podrían producir 300.000 barriles diarios de gasolina.
“Estos 40 millones de dólares que se supone que gastaron (trayendo la primera tanda de Irán) han podido destinárselos al complejo de El Palito (con capacidad de refinación de 140.000 barriles) (…). Están tratando de arrancar las plantas, pero el daño que tienen es importante”, agregó en diálogo con este diario el diputado José Guerra.
La inversión requerida, insisten otros expertos como el economista petrolero Rafael Quiroz, es significativa. Y las posibilidades de una reactivación, con o sin ayuda iraní, lejanas: “Ya aquí se sacará muy poco. Diría yo, prácticamente los gastos de la compra de la gasolina y del flete que cuesta la traída desde el golfo Pérsico”, acotó.
Sentimientos de frustración y desesperación han comenzado a apoderarse de los ciudadanos. Como el de aquella mujer que el martes logró llegar a los primeros puestos de la fila en la bomba de Las Mercedes, al sureste de Caracas, y le dijeron que se había acabado el combustible. “¡Necesito echar gasolina! Estoy en esta cola desde las 6 a. m., y ¿me van a decir que no hay?”, gritaba. O de aquel motociclista en la populosa Catia: “Todo el día haciendo cola y nada. Esta vaina es una mafia. Los guardias y colectivos peleándose para ver cómo la venden y nunca llegó la gandola (tractomula)”.
En 2019, cuando las fallas en la distribución y suministro de combustible comenzaban, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) registró casi 600 protestas por esta causa, las cuales se han mantenido durante este año y sobre todo en el marco de la cuarentena por covid-19, cuando se agudizó la crisis de gasolina y se hizo evidente en la capital.
En el último informe, de abril, el OVCS habla de 176 protestas, nada más en ese mes. Sin embargo, resulta llamativo que, tras un aumento que expertos ubican en más de 500.000 millones de unidades porcentuales en el precio, no haya habido una reacción mancomunada, que esta no haya sido la gota que rebosó el vaso.
Muchos han vuelto hasta 1989, para recordar que, en febrero de ese año, tras un incremento de 30 por ciento en el precio de la gasolina, se desató el Caracazo.
Pero especialistas como el sociólogo Francisco Coello, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, insisten en que son situaciones “muy distintas”, y en que en ese momento al malestar de la población se sumó la movilización política de sectores radicales.
La oposición, encabezada por Juan Guaidó, ha insistido en el llamado a las calles, tras el que han considerado “uno de los golpes más duros que ha recibido el pueblo venezolano en su historia”.
Pero en sus receptores hay una realidad importante, que describe el profesor Coello: “Tienes una población realmente atemorizada porque ha recibido señales claras de la violencia (…). Y hay otro elemento que no es poca cosa: tienes una sociedad que está distraída, 24 horas del día, buscando sobrevivir (…), es una población que es difícil de motorizar políticamente”.
Además, dice Coello, “detrás de cada actividad que hace el Gobierno están muchos años de estudio de psicología social, aplicados por el gobierno de Cuba, dirigidos a crear desesperanza aprendida en la población, fatalismo y promover la baja autoestima”.
Aun así, el experto cree que a medida que se reanuden más actividades por la flexibilización de la cuarentena y se haga más notoria la escasez y los efectos del aumento de precio, como la inflación, podría reactivarse la población.
Fuente: ElTiempo.com